Un pueblo alemán en el sur de Chile
26 de mayo de 2015
Luisa Ludwig Winkler, chilena hija de alemanes, quiso llevar al papel la historia de su pueblo por medio de las voces de sus habitantes. No de cualquier pueblo, claro, sino del lugar donde ella pasó su infancia y donde vive actualmente. Puyuhuapi, en la Patagonia chilena, tiene apenas 550 habitantes (entre ellos la misma Luisa), una cervecería, una fábrica de alfombras y una historia apasionante donde se mezclan la Segunda Guerra Mundial, la colonización del sur de Chile y el establecimiento de alemanes, muchos de los cuales jamás volvieron a su tierra.
Todo eso está reflejado en el relato coral del libro “Puyuhuapi: curanto y kuchen” (“Puyuhuapi war Waldhagen”, en la versión alemana), recientemente presentado en el Heidelberg Center en Santiago. En la obra, y por medio de los relatos de los primeros habitantes de la localidad, Ludwig reconstruye el pasado de un asentamiento que surgió cuando un grupo de alemanes de los Sudetes salió de Europa en busca de un futuro mejor. La misma autora nos lo cuenta:
“Puyuhuapi es una fundación de personas étnicamente alemanas, pero ciudadanos checos, que querían emigrar antes de la Segunda Guerra Mundial, porque veían que podía venir otra guerra. Enviaron a cuatro jóvenes como pioneros para investigar si era cierto que daban tierras en el sur de Chile. Eso fue en 1935, pero tuvieron muchos problemas para encontrar el lugar. Recién en 1939 estuvo todo listo para que emigraran en masa, pero en 1938 Alemania había ocupado Bohemia y ya no daban visas a los jóvenes… estaban preparando la guerra. Es decir, se quedaron en Chile los que habían llegado y contrataron lugareños para los trabajos. Así se formó este pueblito”, relata Ludwig.
¿Cómo surge la idea de escribir este libro?
Puyuhuapi es un pueblo tan alejado y tan rural, que vuelven pocos de los que se van de él. Y siempre que yo volvía y les contaba a los mismos puyuhuapinos lo lindo que es el lugar, ellos me decían que yo tenía que escribir la historia. Así que me compré una grabadora y empecé a grabar entrevistas.
¿Qué tiene Puyuhuapi de Alemania?
Vas a encontrar a varios rubiecitos por ahí, pero ya no hablan alemán. El orden, porque ha crecido de forma orgánica, con unas calles sinuosas muy agradables. Tenemos varias casonas alemanas antiguas. Y bueno, están las calles: la calle Hamburgo, la avenida Otto Uebel, el puente Walter Hopperdietzel, la calle Ernesto Ludwig, la casa Ludwig, el café Rossbach y mucho kuchen. Cada Sábado Santo celebramos el Festival Curanto y Kuchen, donde se sirve precisamente curanto y kuchen. De ahí el nombre del libro.
¿Llegan todavía alemanes a visitar Puyuhuapi?
Sí, y les llama la atención la belleza del paisaje. Ahí prima la naturaleza. Cuando vas a ver el ventisquero colgante del Parque Queulat, ves a la naturaleza trabajando. En Puyuhuapi hay una fábrica de alfombras, fundada por Walter Hopperdietzel, uno de los primeros colonos. Es un oficio que se está perdiendo, como en todo el mundo, pero todavía produce para la exportación. Además, se produce una cerveza exquisita, la Hopperdietzel. Es realmente buena.
Los paisajes alemanes también son imponentes.
Claro que sí. Yo viví en Baviera y me encanta, pero la naturaleza está dominada, en el sentido de que hay senderos señalizados y asientos para descansar… Recuerdo que cuando iba en tren por Alemania me sorprendía que en todas partes había pueblitos. En la Patagonia no es así. Yo creo que a quienes visitan Puyuhuapi les debe llamar la atención esa locura de irse tan lejos, en una época donde no había nada, donde tenías que esperar arriba de una roca el barco que pasaba una vez al mes.
Habla de la desesperación de la época entreguerras.
Muchos estaban convencidos de que en Checoslovaquia no tenían futuro como alemanes. Además había un movimiento que se llama en alemán Siedlungsbewegung, que buscaba nuevos asentamientos. Eran aventureros que viajaban a los confines del mundo porque había mucho por descubrir. Acá estaba el futuro, según ellos. Soñaban con emigrar y tener aventuras.
Usted vivió en Alemania...
Sí, aprendí idiomas y fui intérprete. En mi casa solo se hablaba alemán, porque mi abuela llegó a Chile cuando expulsaron a los alemanes sudetes y nunca aprendió castellano. Obviamente yo aprendí con mis amigos. A los 18 años me fui a Alemania y volví a Santiago en 1986. Me quedé 15 años, trabajé en el Goethe Institut y luego cumplí mi sueño de volver a Puyuhuapi. Y no me arrepiento.