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Recuerdos de una testigo de época

Mathias Bölinger 26 de enero de 2013

Sonja Mühlberger nació en Shanghai. Sus padres se refugiaron allí huyendo del nacionalsocialismo. Aunque la ciudad de su infancia ha cambiado mucho, aún hoy encuentra huellas del pasado en sus calles.

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Imagen: DW

Junio de 2012. Es bastante emocionante volver a estar en Shanghai, mi ciudad natal. Viví aquí hasta los ocho años. En la zona donde residíamos se han construido muchas viviendas nuevas. Las calles son ahora más anchas y hay árboles. La casa en la que vivimos ya no está. En su lugar hay un gigantesco edificio con una fachada de cristal. Sin embargo, en las calles laterales aún se ven muchas casas antiguas. Todavía me acuerdo de aquellas en las que vivían amigos y conocidos.

Mis padres llegaron a Shanghai en 1939. Mi madre estaba embarazada de mí.

Los dos se habían conocido en el club deportivo Schild de Fráncfort en los años treinta. En 1938, mi padre fue deportado a Dachau. Mi madre se enteró de que lo único que podía hacer para que mi padre recuperase la libertad era conseguir un visado de salida. En aquel momento, Shanghai era el único lugar del mundo abierto a los judíos alemanes. La ciudad se encontraba parcialmente bajo administración internacional. Los extranjeros no necesitaban ningún permiso para viajar y establecerse allí.

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Escolarización en la Shanghai Jewish Youth Association School.Imagen: Privatarchiv Sonja Mühlberger

A pesar de todo, las autoridades alemanas exigían en aquel entonces un documento que demostrase formalmente que uno tenía autorizada la entrada en China. Gracias a las gestiones de algunos parientes, mi madre consiguió un documento de este tipo expedido por el consulado chino de los Países Bajos. Efectivamente, a mi padre lo soltaron, y los dos se embarcaron en Génova el 29 de marzo de 1939. Aún conservo fotos en las que aparecen los dos totalmente eufóricos en la piscina del barco. Después de años de opresión en la Alemania nazi, era la primera vez que volvían a sentirse libres y felices.

El distrito de Hongkou, situado en el noreste de la ciudad, era el más pobre de Shanghai. La mayoría de los refugiados acabaron aquí. No habían podido traerse nada de Alemania a excepción de una maleta, eran pobres e iban desaliñados de un lado a otro. No obstante, de pequeña siempre tuve la impresión de que los chinos que vivían allí eran todavía más pobres. Muchos no tenían ni siquiera calzado. Me parecía muy extraño cuando veía a gente sin zapatos en invierno.

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Sonja aún se siente cómoda en los callejones de Hongkou.Imagen: DW/M. Bölinger

Una vez nevó. Aún me acuerdo. Afortunadamente, mi padre estaba en casa. Se le ocurrió llevar la palangana al tejado para recoger la nieve que caía. Me dijeron que mantuviera las manos dentro para que supiera cómo se siente la nieve. Mi madre siempre me había leído cuentos alemanes y, ese día, el cuento de Blancanieves (“blanca como la nieve”) cobró significado para mí por primera vez.

Me acuerdo que había algo así como una cierta nostalgia e inseguridad entre los mayores. Nadie sabía lo que había ocurrido con los familiares que estaban en Europa. Mi padre solía escuchar noticias en diferentes idiomas. Una vez envió una carta a los padres de mi madre a través de la Cruz Roja. La repuesta llegó seis meses después. Aún conservo esa carta, en la que solo se leen cosas positivas. "Sonja está creciendo”, escribió mi padre. Mis abuelos respondieron que estaban bien. Más tarde murieron en Theresienstadt.

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Una carta de Alemania, el último signo de vida de los abuelos.Imagen: Privatarchiv Sonja Mühlberger

En 1941, los japoneses se hicieron con el control de la ciudad. En 1943, los refugiados judíos tuvieron que trasladarse a una zona concreta de Hongkou. Esto afectaba a todos los judíos que habían llegado de Alemania y Austria y que ahora ya no tenían patria. A veces se llama gueto a la "Designated Area for Stateless Refugees" pero, naturalmente, había diferencias respecto a los guetos de Europa. Los refugiados de Alemania convivían con personas de otras nacionalidades. No obstante, a diferencia de los rusos, chinos o japoneses, los refugiados judíos necesitaban un salvoconducto para poder salir de la zona.

El establecimiento del gueto no tuvo consecuencias graves para nosotros, puesto que ya vivíamos en aquella zona. Para otros, el traslado fue más difícil, por ejemplo, si tenían que mudarse desde la zona de la Concesión Francesa, que era bastante más rica. Mi escuela estaba fuera del área del gueto, pero los niños podían pasar sin problemas. Mi padre, sin embargo, necesitaba un salvoconducto para desplazarse a su lugar de trabajo. Trabajaba con un comerciante de huevos en la Concesión Francesa. No debió de tener muchos problemas para obtener el salvoconducto, ya que recuerdo haberlo acompañado en varias ocasiones.

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El documento del gueto de la madre de Sonja. Para salir, se necesitaba además un salvoconducto.Imagen: Privatarchiv Sonja Mühlberger

En 1947, mis padres decidieron volver a Alemania. Mi padre dijo más tarde que, en aquel entonces, quería ayudar a construir una nueva Alemania democrática. Creo que lo deseaba de verdad. En el consulado soviético le dieron un permiso de entrada a Berlín Oriental. Mi mejor amiga había emigrado a Australia y yo estaba contenta de ir a Alemania. Hicimos las maletas y nos dispusimos a iniciar un nuevo período de vida.

Alegre, le conté a todo aquel que quería escucharme (o que no) que nos íbamos a ir a Alemania. Mi entusiasmo no siempre despertó la comprensión de los refugiados. Regresar al “país de los asesinos” era inimaginable para muchos. Incluso una vez me escupió un hombre, aunque yo era solo una niña y no era responsable de la decisión de mis padres. Aquello no lo olvidaré en mi vida.

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Sonja Mühlberger recuerda su feliz infancia.Imagen: Privatarchiv Sonja Mühlberger

A pesar de las dificultades, pienso que he tenido una infancia feliz. Mis padres me mantuvieron alejada de las cosas negativas tanto como pudieron y siempre se ocuparon muy bien de mí. Mi madre me leía cuentos y cantaba conmigo. Mi padre respondía a todas mis preguntas y cada día me llevaba en bicicleta a la guardería y a la escuela. Sí, diría que estuve bastante bien atendida durante mi infancia.