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Opinión: Santos se va, queda la inspiración de la paz

Jose Ospina-Valencia
José Ospina-Valencia
5 de agosto de 2018

Este 7 de agosto, Juan Manuel Santos, presidente de Colombia (2010-2018) y Nobel de Paz 2016, termina su período. Un mandatario que supo hacer la guerra, y la paz. No un caudillo, un demócrata, dice José Ospina-Valencia.

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Juan Manuel Santos, presidente de Colombia 2010- 2018
Juan Manuel Santos, presidente de Colombia 2010- 2018Imagen: Reuters/Colombian Presidency

"A quien no escribe la historia, se la escriben”, dijo Santos en Bogotá en 2009, durante la presentación de su libro "Jaque al terror”, en el que describe su implacable lucha como ministro de Defensa, que llevó a las FARC a un punto de "no retorno”. O sea, al punto de que dicha guerrilla reconociera que su lucha armada era obsoleta y que era mejor, para todos, negociar la paz y aceptar el Estado de derecho.

Así como Santos no vaciló en bombardear los campamentos de una guerrilla, en parte, corrompida por el narcotráfico y el robo de minerales, y que disparaba pipetas de gas sobre escuelas, iglesias y pueblos, tampoco vaciló en llevar a Colombia hacia el camino de la paz. Hoy, también en un punto de "no retorno”.

Pero esta historia deja entrever un aspecto vergonzante de la sociedad colombiana: cuando Santos hacía la guerra, su popularidad se disparaba a la velocidad de los aviones bombarderos del Ejército colombiano. Y desde que Santos puso sobre la mesa las cartas de la negociación de un Acuerdo de Paz, su popularidad comenzó a desplomarse hasta estos días, en los que que termina con un 14%. Como si 262.197 muertos en el conflicto no le importaran a muchos.

Un pueblo sediento de sangre

Santos llegó en 2010 a la presidencia en una Colombia agobiada por la violencia, pero resignada a creer que solo más violencia era la solución. Generaciones de jóvenes habían crecido con la idea de que no existía otra forma de vivir sino la de ser víctima o victimario. Eso hizo crecer las filas de las guerrillas, de los paramilitares, de las bandas criminales, de los carteles narcotraficantes en una guerra contra todos los principios de la civilización.

Desfile de soldados mutilados en el conflicto.
Desfile de soldados mutilados en el conflicto. Imagen: Fuerzas Armadas de Colombia/Policía Nacional

Según Andrés Suárez, del Centro de Memoria Histórica, en Colombia hay cerca de 80.514 desaparecidos, más que en la suma de las dictaduras del Cono Sur. En los 53 años del conflicto se contabilizan 37.000 secuestrados, 18.000 niños reclutados, 4.400 masacres que dejaron  25.000 muertos y 180.000 asesinatos selectivos.

Colombia fue convertida en un matadero sin salida, sin opciones, sin futuro, en el que solo contaban los muertos del bando propio. La deshumanización de la sociedad había alcanzado límites grotescos y es una de las razones por las que a Santos le ha costado tanto lograr convencer de que solo la paz negociada era posible.

En medio de los vítores por los golpes certeros a las guerrillas, Santos llegó a la presidencia y comenzó a mostrar que en Colombia hay gente como Humberto de la Calle, y muchas mujeres y hombres de su equipo, que, con tal de parar ese fratricidio, eran capaces de mirar a los ojos a los jefes de una guerrilla que martirizaba al país.

Pero la mayoría de los guerrilleros demostró que ellos también eran humanos, culpables o inocentes, pero tan pobres como los soldados a los que enfrentaban y con las mismas ganas de disfrutar las ventajas de la democracia en Colombia, por deficitaria que sea.

Santos despertó lo humano en muchos jóvenes

José Ospina-Valencia, periodista de DW
José Ospina-Valencia, periodista de DWImagen: DW

Con su idea de negociar un Acuerdo de Paz, Santos le tocó la fibra humana a millones de colombianos, hastiados del ciego y egoísta discurso guerrero de otros líderes. Santos despertó, resucitó o rescató lo humano en el interior de los jóvenes, sobre todo. Una generación que debe luchar por un futuro en paz y que debe estar alerta a no dejarse embaucar en más guerras.

Claro que Santos no hizo todo bien. La corrupción, el verdadero cáncer de Colombia, siguió causándole daño al bolsillo de los contribuyentes que trabajan duro y honradamente. Así como a muchos colombianos aún les cuesta reconocer que Santos tenía razón con su idea de la paz, tampoco reconocen que, a pesar de la crisis financiera mundial y el desplome de los precios del petróleo, deja un país que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), crecerá en 2018 un 2,7 y 3,6 por ciento en 2019, el segundo mejor aumento del PIB en Latinoamérica después del de Perú. Una recuperación, en parte, gracias a la paz.

Santos, un demócrata.

¿Es mejor Colombia en 2018 que en 2010? Sí, aunque no en todo. Los colombianos eligieron a un ser humano, no a un mago. Santos fue presidente, aunque no tuviera carisma de líder, y menos de caudillo. Lo que al final es una fortuna.

Un valor no obvio ni en América Latina ni en Colombia, en donde un expresidente burla desde hace 8 años la Justicia haciéndose lustrar los zapatos en el hall de la Fiscalía, en vez de asistir a la citación de un juzgado, y vapulea a la prensa invitando a los periodistas a un establo para que escuchen la última versión de su carrera por evadir a la Justicia.

Lo que indudablemente demostró Juan Manuel Santos es que es un demócrata. Un demócrata que puso a soñar a los colombianos con la paz, que ahora deben construir. Demócrata: ¿hay mejor calificativo para un político latinoamericano que deja un país rumbo a la paz, y que entrega el poder tras las elecciones más pacíficas de la historia de Colombia, justo el día que ordena la Constitución?.

José Ospina-Valencia (FEW)

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