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Mauricio Funes, el hombre que no fue

22 de enero de 2025

El político salvadoreño que tuvo la posibilidad de romper el odioso círculo de la posguerra salvadoreña ha muerto refundido en la dictadura nicaragüense, mientras en su país se erige una.

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Mauricio Funes hace un gesto con la mano derecha.
Mauricio Funes en 2016.Imagen: JAIRO CAJINA/AFP

El expresidente salvadoreño Mauricio Funes, que gobernó El Salvador entre 2009 y 2014, estaba llamado a ser el estadista centroamericano de este siglo: tras 20 años de gobiernos de derecha, desde que en 1992 se firmó la paz, Funes ganó la presidencia bajo la bandera roja del izquierdista FMLN. Parecía distinto. Venía de otra parte.

En un panorama plagado de dinosaurios políticos -excomandantes guerrilleros y empresarios conservadores cercanos a la represión de los ochenta-, Funes se convirtió en figura pública gracias a su periodismo crítico e inteligente. Entrevistó durante años en televisión a figuras públicas que temían a sus preguntas sin censura. Inspiró a una generación de periodistas de la posguerra y fue consecuente defendiendo la libertad de prensa cuando los dueños del canal le cerraron sus espacios. Lo denunció, como denunció la corrupción y la ineptitud de los políticos de distintos credos.

Cuando ganó, en un país donde los familiares de los desaparecidos y torturados de la guerra lloraban de emoción, prometió algo que no era parte del libreto: reconciliación, unidad, el fin del revanchismo, del clientelismo político y la corrupción enquistada en la administración pública como la costra marina en la piedra. "No tenemos derecho a equivocarnos”, dijo en su primer discurso como presidente electo.

No lo tenía.

Visto con recelo por la cúpula histórica del partido con el que llegó a la presidencia, Funes se rodeó de un pequeño círculo de empresarios y cafetaleros que apoyaron su candidatura y luego entraron a su Gobierno. Junto a ellos, el hombre que entró a la política con deudas bancarias y un viejo carro, empezó a ceder a los más mundanos placeres y terminó luciendo zapatos Salvatore Ferragamo, relojes de alta gama, viajando en jets privados y utilizando los recursos del Estado para hacer fiestas de cumpleaños a su hijo y comprar joyas y vestidos a su esposa y su amante.

En 2019, cuando ya Funes había sido declarado ciudadano nicaragüense por la dictadura de Ortega, y se escondía en aquel país huyendo de varios casos judiciales por su saqueo público, participé en la investigación que reveló su vulgar derroche. Con casi 2,000 documentos originales de la partida secreta presidencial, que utilizaba como su billetera personal, demostramos los detalles de aquel ofensivo despilfarro. Había gastos tan descarados como el de más de 100,000 dólares en unas vacaciones familiares que incluyeron Disney World, miles de dólares en las tiendas Mont Blanc y Rolex de Miami, Panamá o Sao Paulo. El despilfarro empezó desde que Funes llegó al poder.

El experiodista, lejos de cumplir sus palabras inaugurales que prometían un nuevo país, fraguó meticulosamente desde el día uno de su mandato uno de los ejemplos más elocuentes de cómo el poder corrompe. El hombre que prometió un país para todos se sirvió de ese país para sí mismo.

Durante años he hablado con algunos de sus funcionarios más cercanos y, cuando exploré la pregunta de qué le pasó a la gran promesa política de la posguerra, la respuesta fue tan decepcionante como el saqueo: lo cegó el lujo, el vicio y el derroche.

Funes nunca fue lo que debía ser. Nunca se convirtió en el hombre histórico que asomó por momentos. Fue un político corrupto más.

Su fracaso presidencial aún alcanzó para que su entonces vicepresidente, el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén, ganara cinco años más en la presidencia por una pírrica ventaja ante el partido de derecha. Tras eso, vino la mayor ruptura del sistema de partidos políticos en toda la era democrática de El Salvador: el ascenso de Nayib Bukele.

Estoy convencido de que la codicia de Funes ha sido una piedra angular en el hartazgo de los salvadoreños, que derivó con el paso de los años en el retorno de un autoritarismo como el de Bukele.

Funes, que murió intrascendente en la dictadura nicaragüense, sin quizá entenderlo, ayudó a moldear las condiciones para que en su país se instale otra. La herencia de ese político que nunca fue lo que debió ser ha sido la decepción de buena parte de la nación que ahora ya no cree en banderas, sino en un hombre que promete que arreglará todos los estropicios de la clase política del pasado con una condición: tener todo el poder.

(ms)