Mandela: ¡sí, se puede!
18 de julio de 2008Nelson Mandela es “inspiración para generaciones completas de personas en todos los países”. Así lo subrayó la canciller alemana, Angela Merkel, y lo repitió también el presidente germano federal, Horst Köhler, con motivo del cumpleaños número 90 de este hombre que luchó toda su vida por la libertad y los derechos de su pueblo. Los mensajes de felicitaciones, enviados desde Europa y el mundo entero, son la prueba de que su historia caló hondo, convirtiéndose en fuente de esperanza más allá de las fronteras de Sudáfrica.
Los problemas de los sudafricanos, sin duda, no han terminado. En el siglo XXI la miseria sigue causando estragos en parte de la población y la violencia, incluso de corte xenófobo, ha lanzado zarpazos sin miramientos en la tierra de Mandela, que dista de ser el país con que de seguro sueña todavía el nonagenario dirigente. Pero, pese a todos los pesares, hay una diferencia abismal: el apartheid, como doctrina de estado, ha desaparecido para siempre. Y eso parecía una utopía irrealizable en los años en que Nelson Mandela era un joven abogado, hastiado de las lacras de la segregación racial.
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El apartheid, otra cara del nazismo
Mucho tardó la comunidad internacional en reaccionar contra el régimen del apartheid sudafricano. Demasiado, teniendo en cuenta los rasgos de tinte nazi subyacentes a esa doctrina, inspirada evidentemente en los desvaríos racistas hitlerianos. De hecho, el arquitecto del apartheid, Hendrik Verwoerd, conoció las ideas nazis en la Alemania de los años 30 y se vio fuertemente influenciado por su ideología.
Sudáfrica fue el terreno en que pudo llevar a la práctica la visión clásica del nazismo: separar a la que consideraba una raza inferior, de la casta dominante de los blancos. En la década del 50, con la estricta segregación en lugares públicos, la prohibición de matrimonios mixtos y la creación de los bantustanes, que no eran sino reservas donde los negros fueron confinados, se selló un sistema de opresión que hoy, a menos de 15 años de su abolición, parece tan aberrante y lejano como los tiempos de la esclavitud en Estados Unidos.
Símbolo vigente
Haber creído que la injusticia no es un designio de la fatalidad a la que los seres humanos están condenados, haber creído que era posible acabar con un sistema de perversión sostenida por décadas y haber estado dispuesto a sacrificar su vida por esa causa es lo que convierte a Nelson Mandela en un portavoz de la esperanza. Haber posibilitado la reconciliación en un país tan hondamente herido es lo que lo convierte en un ejemplo.
Por eso, al cumplir 90 años, los gobernantes del mundo rindieron homenaje a este “jubilado” carente ya de poder político, pero aún poderoso como símbolo de una lucha ética que aún falta por librar en muchos lugares de la tierra asolados por la segregación racial, cultural, religiosa o social.