Los nuevos Estados y el Sacro Imperio
28 de agosto de 2006Con la abdicación de Francisco II en agosto de 1806 terminó un sistema político que databa de hacía casi mil años: el Sacro Imperio Romano-Germánico. A doscientos años de su extinción, una exposición con dos estaciones, en Berlín y Magdeburgo, presenta la historia de ese imperio y pretende analizar la relevancia que tuvo, sobre todo, en la formación de los Estados modernos. Al respecto, DW-WORLD conversó con Brigitte Mazohl-Wallnig, directora del Instituto de Historia de la Universidad de Innsbruck.
DW-WORLD: ¿Qué interés puede tener hoy en día el Sacro Imperio Romano-Germánico?
Mazohl-Wallnig: El Sacro Imperio Romano-Germánico es el fundamento de la historia común europea. Debería, incluso, estar mucho más presente en la conciencia colectiva de sus ciudadanos de lo que, de hecho, está. Ayudaría a desembarazarnos de esas lentes de "Estado nacional" a través de las cuales observamos ahora la Historia.
¿En qué medida se puede hablar, verdaderamente, de un Imperio?
Fue un Imperio, que se autodefinía como tal y como tal se percibía. Existía una ley básica común, que era una especie de constitución. Contaba también con un Reichstag -una asamblea permanente-, contaba con cortes imperiales y consejos. Y contaba también con un emperador que era el garante de ese orden y la instancia superior, pero que no se entendía en términos absolutistas, pues se trataba de un sistema dual de poder. El emperador no podía decidir sin el Reichstag.
¿Por qué se desintegró el Imperio finalmente?
A lo largo del siglo XVIII, el pensamiento de poder político llevó a que los Estados, sobre todo los más grandes, tomasen el modelo absolutista como ejemplo para sí mismos. Y que, por consiguiente, intentasen ponerlo en práctica hacia dentro y hacia fuera de sus fronteras. Los Estados alemanes del sur utilizan esto a su favor y se alían con Napoleón. Se vuelven con ellos Estados autónomos, ganan soberanía.
¿En qué medida la ausencia del Estado nacional en Alemania determinó su historia?
No se trata aquí sólo de Alemania, sino de la totalidad de Europa Central, incluyendo Italia y Austria y sus Estados del Este. La desintegración del Imperio tuvo como consecuencia que surgiera un vacío, del cual nacen el nacionalismo italiano y el alemán. Con todas sus consecuencias, que se extienden hasta las Guerras Mundiales del siglo XX. El dramaturgo austriaco Franz Grillparzer lo expuso hace ya tiempo: "de la humanidad a la nacionalidad a la bestialidad".
Algunos de sus colegas opinan que el Tercer Reich distorsionó la visión del Sacro Imperio Romano-Germánico. ¿Está usted de acuerdo?
Sin duda. Ya sólo el término Reich es desde ese entonces repelente. Pero como historiadora, creo que la propaganda del siglo XIX fue más nociva. Hubo toda una avalancha de insultos, pues todo lo que el siglo XIX soñaba no lo había sido el Sacro Imperio. Y por ello, la historiografía decimonónica habló muy mal del viejo Imperio.
¿Existen aspectos del Sacro Imperio que puedan servirle a la moderna Unión Europea?
Permítame una exageración: la Unión Europea podría continuar en el punto en que el Sacro Imperio acabó. Hoy se trata de los mismos cuestionamientos: ¿cuántas competencias debe asumir la unión, la comunidad? ¿Cuáles competencias conservan los Estados nacionales subordinados a ella? ¿Cómo se representan los Estados más pequeños con relación a los grandes?
En las condiciones democráticas actuales nos encontramos ante cuestiones parecidas, a las cuales se había encontrado en aquel entonces soluciones, después de siglos de controversias. Se puede aprender de ello que Europa necesita, definitivamente, una legislación común, una constitución que sea aceptada por todos. La ley fundamental del Sacro Imperio Romano-Germánico era amplia y, a la vez, ajustada a la comunidad. El Imperio disponía así también de una simbología fuerte. Supo hacerse valer. Europa no es tan visible. En este caso no se ha desarrollado una simbología común así de clara.
¿Cómo sería esa simbología?
El Imperio se desintegró porque, en los últimos siglos, no ejerció una política de defensa y de exteriores común. Hay que pensar muy bien, si un ente político, que se entiende como comunidad no requiere de una política de exteriores común y convincente, para que existan intereses dominantes. Sobre todo después de las dos Guerras Mundiales, si Europa recordara el orden político del Sacro Imperio podría decir: "Se trata de un orden pacífico y queremos ofrecerlo como alternativa a la militarización global". El Sacro Imperio Romano-Germánico no pretendía la hegemonía, y tampoco pretendía la expansión imperialista. Pretendía proteger a sus habitantes, hacia dentro y hacia fuera, y era bastante abierto con sus fronteras.