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Lisboa: de lugar de refugio a nuevo hogar

7 de febrero de 2013

Para muchos refugiados judíos y perseguidos políticos, Lisboa era un puerto de la esperanza y una sala de espera para proseguir viaje a EE.UU. o cualquier otro lugar.

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Imagen: privat

La pequeña foto en blanco y negro de su mano data del año 1935. Muestra a Ruth Arons con 13 años y a su hermana Ellen con 10 años en el asiento posterior de un descapotable durante el viaje a la desconocida Portugal. “Cuando el automóvil arrancó, estaba aliviada y excitada a la vez”, dice hoy la enérgica mujer de 90 años y luminoso pelo blanco. Nos encontramos en el apartamento de Ruth, situado en un edificio alto del elegante barrio lisboeta de Amoreiras. Los recuerdos se entrecruzan durante nuestra conversación.

Ruth Arons habla un portugués impecable y muy visual y, de vez en cuando, responde en alemán, que todavía no ha olvidado. En su habitación hay un armario lleno de libros. Hay clásicos alemanes, una enciclopedia Brockhaus, libros de filosofía y política y el libro de cocina de su abuela. Este libro llegó a Lisboa junto con los muebles y efectos personales de la familia antes de que la propia abuela pudiese huir de Alemania (después de la Noche de los Cristales Rotos en noviembre de 1938). Ruth Arons siente aún hoy el olor y el sabor de la comida que su abuela le cocinaba hace casi 80 años. 

Contenta de salir de Alemania

La mujer de 90 años se acuerda muy bien. Adolf Hitler era canciller desde hacía dos meses. El 1 de abril de 1933, se inició una acción con una gran carga propagandística en toda Alemania, en la que se boicotearon tiendas, consultas médicas y bufetes judíos. “Mi padre Albert era abogado, por lo que aquello le afectó de inmediato: se le prohibió ejercer su profesión. La atmósfera estaba terriblemente tensa en aquel entonces”. Ruth tenía 11 años y no comprendía lo que significaba todo aquello, pero sentía, tal como ella dice, un profundo malestar, una sensación de amenaza. También hubo cambios en su círculo infantil: “Íbamos a una escuela pública en el barrio de Charlottenburg de Berlín. Nuestros padres nos quitaron del centro por la creciente discriminación que sufríamos y nos llevaron a una escuela católica. Los católicos nos parecieron más amables, pero nos equivocábamos. A las chicas no judías se les prohibió desde casa tener contacto con las compañeras judías. Al final me sentí muy feliz cuando salí de Alemania”, recuerda Ruth Arons.

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Ruth Arons en la actualidad.Imagen: Paulo Nuno Vicente

Su padre se dio cuenta desde muy pronto de hacia dónde evolucionaban las cosas. Había leído y tomado muy en serio el escrito propagandístico de Hitler “Mi lucha”. Decidió que iba a salir de Alemania junto con su mujer y sus hijas si aún era posible. La familia tuvo que despedirse de todo aquello que quería y apreciaba, de las esperanzas y sueños de toda una vida. Los Arons se desplazaron hasta Lisboa en un automóvil descapotable. Se trataba de un viaje de 3.000 kilómetros, que empezó para las hermanas en Suiza. Allí pasaron las Navidades y allí fue donde los padres anunciaron que la familia no volvería a Alemania. Ruth Arons recuerda aún la gran sensación de alivio que tuvo. Además sintió el viaje como una verdadera aventura. Primero fueron a París para visitar a unos familiares y luego tomaron dirección sur. 

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Lisboa: lugar de refugio y puerta a la libertad para refugiados de toda Europa en la Segunda Guerra Mundial.Imagen: Helena Ferro de Gouveia

Vivir en la Avenida de la Libertad

Bañada por las aguas del Tajo, Lisboa era entonces una apacible metrópolis sureña. Al principio vivían en la ciudad 600 refugiados con la esperanza de recibir un visado para continuar su viaje. La gran oleada de perseguidos llegaría cuatro años más tarde con la  ocupación de Francia por parte de los alemanes. Los Arons se alojaron primero en una pensión de la Avenida da Liberdade (o Avenida de la Libertad). Muy simbólico, por cierto. “No sabíamos nada sobre Portugal, solo conocíamos el vino de Oporto, el corcho y las sardinas en aceite, nada más. Naturalmente, tampoco hablábamos una palabra de portugués”, cuenta Ruth.

A pesar de todo, Lisboa, serena e impregnada de luz y música, resultó ser una ciudad acogedora para los refugiados alemanes. Los portugueses eran atentos y no había trabas burocráticas. Ruth y su hermana se inscribieron en la Escuela Francesa, lo cual facilitó su aclimatación al lugar, ya que en Berlín habían estudiados francés. Sus compañeras de clase, a las que oía hablar en portugués, eran agradables. No podían creer que en Alemania se persiguiera y discriminara a niños de su edad.

Un paraíso triste

Pocos años más tarde, Lisboa estaba llena de refugiados judíos y perseguidos políticos. Entre ellos había muchos artistas, músicos, escritores e intelectuales. La imagen de la ciudad se transformó: Lisboa se convirtió en una metrópolis bulliciosa plagada de lenguas y culturas extranjeras, una urbe en la que se cruzaban caminos y se decidían destinos, un lugar donde refugiados, espías y policía secreta se tropezaban los unos con los otros (en la pastelería Suiça, en el café Nicola, en el “Bar Famous” o fuera de la ciudad en el hotel “Palácio Estoril”). La ciudad incorporó tradiciones y hábitos bastante insólitos hasta entonces. Ruth Arons se acuerda de todo aún hoy: “Lisboa era como un pueblo y, de repente, llegaron los refugiados. Se los veía sentados en el paseo tomando café y tortitas de nata. Había mujeres solas en los cafés y además fumaban. Todo aquello resultaba muy extraño para los lugareños”.

Nicola Café in Lissabon
Café Nicola en Lisboa.Imagen: Helena Ferro de Gouveia

Berlinesas en Portugal

El menú del país también fue enriquecido con platos insólitos. Dulces alemanes como las berlinesas, esa especie de buñuelos rellenos, tuvieron mucho éxito a orillas del Tajo. Ruth cuenta que, en 1937, había una refugiada judía que ganaba algo de dinero vendiendo berlinesas que hacía ella misma. Pronto, las berlinesas se convirtieron en las “bolas de Berlim”. Poco después, el popular dulce ya se podía encontrar en los cafés de Lisboa y Estoril. Hoy día, uno no puede imaginarse un mostrador en Portugal sin las famosas “bolas”. A Ruth le parecen deliciosas todavía hoy.

A pesar de como suene todo esto, a partir de 1940, la vida de la mayoría de los refugiados establecidos en Lisboa y su entorno no era en absoluto glamorosa. La lucha por la mera supervivencia consumía todas las energías. Había que organizar el alojamiento y ganarse la vida. Para la mayoría de los refugiados, Portugal era solo una estación intermedia, una especie de sala de espera. Casi todos los que acabaron aquí querían emigrar a ultramar y buscaban desesperados pasajes de barco, billetes y los documentos necesarios para proseguir su viaje. La comunidad judía y el Joint Distribution Committee ayudaban en lo que podían, a pesar de que los recursos solían no ser suficientes.

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Lisboa, un nuevo hogar.Imagen: DW/H. Ferro de Gouveia

De una dictadura a otra

Debido a los éxitos bélicos del ejército alemán, parecía como si la guerra se acercase de repente. “De todos lados nos llegaban noticias descorazonadoras”, dice Ruth. La radio estaba encendida día y noche. Las noticias adquirieron de repente una importancia existencial. Era el miedo de los refugiados a no estar listos cuando llegara el momento de huir, el miedo a ser arrollados por la maquinaria militar de los nazis, el miedo a convertirse en víctimas de la Gestapo, que también operaba en Portugal. No obstante, en aquel momento, los Arons no sabían apenas nada de lo que estaba ocurriendo realmente en la Alemania nazi y los países ocupados, así como tampoco sobre Auschwitz, Dachau y los crímenes inimaginables que se estaban cometiendo contra los judíos europeos. Cuando Ruth se enteró más tarde de todo aquello, para ella quedó claro que no volvería a Alemania. Y aún hoy se pregunta a veces: “¿Dónde estaba Dios cuando ocurrieron todas aquellas cosas terribles?”

Ruth estudió en la Universidad de Lisboa. Después de la guerra, se casó, recibió la nacionalidad portuguesa y se implicó en la resistencia contra el régimen del autoritario y conservador Antonio de Oliveira Salazar. El dictador llevó a cabo una ingeniosa política de la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial. Nunca estuvo totalmente del lado de los Aliados pero tampoco fue partidario del nacionalsocialismo alemán. No obstante, no quería acoger refugiados judíos en su país, una orden a la que el cónsul Aristides de Sousa Mendes hizo caso omiso al expedir visados de entrada para 30.000 perseguidos.

Cambio a la democracia

En 1973, Portugal era la dictadura más vieja de Europa. De repente, volvieron a entrelazarse los hilos de la historia. El hijo de Ruth Arons, Alberto Arons de Carvalho, fundó el Partido Socialista de Portugal junto con Mário Soares, político condenado al exilio y futuro primer ministro. El nuevo partido nació precisamente en Alemania, en la pequeña ciudad de Bad Münstereifel, y recibió el apoyo de los socialdemócratas alemanes encabezados por el entonces canciller Willy Brandt. Un año más tarde, se inició la democratización de Portugal con la Revolución de los Claveles. Ruth Arons estaba del lado de los revolucionarios y demócratas y se convirtió en la primera alcaldesa elegida de São Mamede, un distrito de Lisboa. Quizá esta experiencia fuese una forma de hacer honor a la herencia de su tío abuelo Leo Arons, que fue científico, socialdemócrata y promotor del movimiento sindical en la época del Imperio alemán. La mujer de 90 años sonríe modesta. Ella no diría tanto. No obstante, confiesa que esta parte de la historia de su familia le parece importante.

Projekt Spurensuche Alberto Arons de Carvalho
Alberto Arons de Carvalho, con raíces alemanas.Imagen: Paulo Nuno Vicente

Hoy día, Ruth ve Alemania con sentimientos encontrados. El país se ha vuelto totalmente extraño para ella, que echó raíces en otro lugar hace tiempo: “Mi país es Portugal. Adoro Lisboa. Me gusta vivir aquí. Conozco a toda la gente de esta calle, en la que vivo desde hace 50 años”. Alemania es una parte de su pasado que ha quedado muy atrás.

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Ruth Arons, una enérgica mujer de 90 años.Imagen: DW/H. Ferro de Gouveia

Autora: Helena Ferro de Gouveia
Editora: Claudia Herrera