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La vaca sagrada de la UE

10 de julio de 2002

Bruselas intenta romper el tabú de su política agraria, caracterizada por las millonarias subvenciones. El Comisario de Agricultura de la UE presentó un proyecto de reforma radical, que dará pie a muchas discusiones.

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El criterio ecológico sería una de las claves en las futuras subvenciones.Imagen: AP

La política agraria europea ha sido por años una especie de vaca sagrada. Podría decirse que se trata del último resabio de la economía planificada: burocrática, poco transparente y cara. Cada año se entregan más de 40 mil millones de euros de las arcas comunitarias a los campesinos.

Todo se subvenciona: la producción, el almacenamiento, la promoción, la venta, la exportación, los precios y, de ser necesario, también la eliminación de los excedentes. Los campesinos europeos dependen del dinero que les proporciona Bruselas, y tratan de sacar el máximo de provecho.

Las propuestas de Fischler

El plan de reformas que acaba de presentar el Comisario europeo de Agricultura, Franz Fischler, apunta a acabar con esta verdadera locura. La Comisión de la UE se propone romper con el actual sistema, en el que se recompensa el mero crecimiento. La intención es lograr un cambio radical de mentalidad en la esfera política y, sobre todo, en el campesinado. Se trata de replantear drásticamente la distribución de los recursos comunitarios.

Las propuestas de Fischler contemplan la entrega de subvenciones de acuerdo con nuevos parámetros, como la protección del medio ambiente y de los animales, y no dependiendo del volumen de producción. Dicho en otros términos, los campesinos habrían de recibir en el futuro una especie de sueldo, por producir de forma que no ocasione perjuicios ecológicos, no maltraten a sus animales y protejan el entorno natural.

Para algunos, este vuelco radical equivale casi a una revolución. De seguro ello resulta exagerado, porque se trata sólo de un bosquejo. La decisión está en manos de los diferentes estados. Y entre ellos se librará la batalla por la repartición de los fondos. Los frentes están bastante definidos. En uno se encuentran los países que pagan; en el otro, los que reciben dinero. Alemania, Inglaterra, Suecia y Holanda están a favor de una reforma, con la esperanza de poder reducir sus pagos. Francia, España, Grecia e Irlanda se oponen, por temor a que sus campesinos reciban menos que hasta ahora.

Ahorro nulo

Pero esta pugna, de momento, no conduce a nada. Las reformas planteadas implicarían el mismo costo que la política aplicada actualmente. Es decir, no suponen un ahorro en cuanto al volumen global. Se ahorraría, sin embargo, en determinados sectores, como el de la agroindustria. Y esto afectaría en gran medida, por ejemplo, a las empresas del Este de Alemania. Berlín se encuentra pues ante un dilema, porque tendría que seguir pagando las mismas sumas a las arcas comunitarias, pero sus campesinos recibirían menores subvenciones. Y ello resulta políticamente inaceptable, aunque se favorezca una agricultura ecológica.

El comisario Fischler tiene pues un arduo camino por delante. Porque las propuestas de la Comisión no son, desde luego, vinculantes y la lucha recién comienza. No obstante, en la Unión Europea aumenta la presión por efectuar reformas, en vista de la próxima ampliación hacia el Este. La cuestión es si el sistema de subvenciones se hará extensivo a los nuevos miembros, sin modificaciones, o se les aplicarán condiciones especiales. Desde ya, el canciller alemán, Gerhard Schröder, ha dejado en claro que no está dispuesto a contribuir con sumas aún mayores al presupuesto agrícola de Bruselas.