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La congelada sonrisa liberal

ers.6 de junio de 2002

Alivio se respira en las filas del Partido Liberal-Demócrata alemán (FDP). Guido Westerwelle, su jefe, logró imponerse sobre su díscolo vicepresidente, Jürgen Möllemann. La tormenta pasó, pero dejó huellas.

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Guido Westerwelle, a la defensiva ante la prensa.Imagen: AP

El utlimatum del jefe del partido se acató: el controvertido parlamentario que había achacado al gobierno israelí "métodos nazis", Jamal Karsli, no seguirá trabajando con la bancada liberal de Renania del Norte Westfalia, el estado alemán más populoso. Y Möllemann, entregó por fin las disculpas que exigía el Consejo Central de los Judíos de Alemania, por haber dicho que su vicepresidente, Michael Friedman, azuzaba el antisemitismo en el país, con su manera "intolerante y odiosa".

¿Todo en orden, después de la crisis? No por completo. Möllemann no es fácil de meter en vereda. Y prosigue su pugna personal con Friedman, pese a todas las conminaciones de la cúpula del partido. Ante esta actitud desafiante, suenan poco convincentes las afirmaciones de que el problema ha quedado resuelto.

Los aprietos de Westerwelle

Westerwelle, el joven dirigente que intenta imprimir un nuevo sello a los liberales, ha perdido su sonrisa característica.

Atrás quedó rápidamente el entusiasmo despreocupado que marcó el inicio de la campaña liberal. Más utópica que nunca parece hoy la meta de lograr un 18% de los votos (que por lo demás fue una idea de Möllemann) en los próximos comicios parlamentarios federales. Las encuestas al menos indican una baja de popularidad, atribuida a la polémica en torno al antisemitismo. Si realmente fue una estrategia populista para conquistar votos en el sector de la extrema derecha, como afirman algunos adversarios, no parece haber dado resultado.

El renovado brillo del partido, en todo caso, se ha opacado. Los electores tuvieron ocasión de presenciar durante días los serios aprietos de Westerwelle por hacer valer su autoridad, pese a que contó con el respaldo de la plana mayor de los liberales, con figuras de tanto calibre como Hans Dietrich Genscher, quien fuera durante largos años el rostro de la política exterior alemana.

La dura realidad

En el congreso celebrado el 11 de mayo en Mannheim, los liberales habían mostrado un optimismo que rayaba en la temeridad. Tanto es así que resolvieron presentar a Westerwelle como su propio candidato a la jefatura del gobierno alemán, a sabiendas de que, en el mejor de los casos, podrían volver a integrar una coalición como socios minoritarios.

Esto, sumado a múltiples gags publicitarios -como grabar la cifra mágica del 18% en las suelas de los zapatos-, les valió una lluvia de reproches de efectismo y superficialidad de parte de sus adversarios.

Pero la seriedad se impuso, de manera dura y dolorosa. Hoy Westerwelle se ve en la necesidad de barrer los platos rotos y volver a pulir su propia imagen.