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J. Arrate: "La desigualdad absoluta ha aumentado sin freno"

26 de enero de 2021

Histórico nombre de la izquierda y excandidato presidencial, Jorge Arrate analiza la actualidad política de Chile y explica por qué los gobiernos en los que él participó debieron haber hecho más contra las injusticias.

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Chile I Jorge Arrate
Imagen: Rodrigo Sepúlveda S.

Académico, escritor, exministro, excandidato a la presidencia de Chile en 2009 y uno de miembros más prominentes del Partido Socialista, Jorge Arrate pertenece a una clase de dirigentes que se vio las caras con la dictadura y tomó las riendas para guiar al país una vez que Augusto Pinochet dejó el poder. Su trayectoria política, sin embargo, va mucho más allá. Fue funcionario del presidente Salvador Allende y en el exilio fundó el Instituto para el Nuevo Chile, además de dar clases en distintas universidades.

En enero de 2009 presentó su renuncia al Partido Socialista, al que criticó y critica su conformidad con un sistema económico y social en el que Arrate no se siente cómodo. Su obra "Memoria de la izquierda chilena” (2003, en coautoría con Eduardo Rojas) recibió críticas positivas, y sus reflexiones sobre el estado de la política chilena y su aventura como candidato presidencial, donde obtuvo el 6,21 por ciento de los votos apoyado por los partidos Comunista y Humanista, lo han convertido en una voz que busca explicar y entender los procesos políticos que vive Chile actualmente.

"Mi visión ha sido por muchos años que para atacar la desigualdad hay que hacerlo a gran escala y en diversos frentes al mismo tiempo. La desigualdad se sostiene y reproduce en la sinergia entre muchas injusticias y abusos. Si uno ataca una sola podrá lograr algunos avances, pero serán de impacto limitado, eventualmente temporales. Algo así ha ocurrido con el enfoque sobre la prioridad de disminuir la pobreza: dejan de ser pobres los que superan aunque sea milimétricamente la línea de pobreza, pero tiempo después retroceden. Entonces estar o no en la pobreza deja de tener significado real para las personas”, dice Arrate a DW.

Eduardo Frei, Marco Enríquez-Ominami, Jorge Arrate y Sebastián Piñera, durante un debate presidencial en noviembre de 2009.
Eduardo Frei, Marco Enríquez-Ominami, Jorge Arrate y Sebastián Piñera, durante un debate presidencial en noviembre de 2009.Imagen: Ian Salas/dpa/picture alliance

Usted ha sido crítico del sistema neoliberal impuesto durante la dictadura en Chile. ¿Cuánto de responsabilidad tiene ese sistema en los niveles de desigualdad que exhibe hoy el país?

Desigualdad ha existido en Chile desde su fundación como república. El único intento serio y global por atacarla fue la experiencia de la Unidad Popular entre 1970 y 1973. Durante la dictadura no fue un tema central y en los gobiernos democráticos, a partir de 1990, el énfasis se puso en reducir la pobreza sobre la base de una definición que ha resultado insuficiente. Pero hay que considerar que nunca Chile había alcanzado niveles de ingreso tan altos como en los últimos decenios. El crecimiento de las últimas décadas permitía un ataque frontal a la desigualdad, pero sus frutos se distribuyeron de tal manera que la desigualdad absoluta entre los chilenos aumentó. Si bien es posible que casi todos hayan mejorado, los más necesitados recibieron un beneficio marginal. La operación del mercado sin regulaciones adecuadas y la reducción del rol del Estado perpetuaron la desigualdad social y económica. Toda la sociedad se mercantilizó y salud y educación, por ejemplo, se convirtieron en mercancías.

¿Entonces se ha profundizado la desigualdad en las últimas décadas o simplemente tomamos conciencia de que no es correcta una sociedad donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco? 

Aunque según los datos la desigualdad relativa (comparación porcentual) se ha mantenido o incluso mejorado levemente en algunos países, la desigualdad absoluta (comparación  de magnitudes reales de ingreso) ha aumentado sin freno. Ese mismo fenómeno ha influido en que la desigualdad se perciba hoy con más nitidez, aunque algunos aún pretendan restarle significado.

El estallido social de octubre de 2019 se desata en buena medida por un amplio sentimiento de hartazgo con las injusticias. ¿Habría oído la élite política las demandas ciudadanas si no hubiera sido con protestas masivas?

Estoy convencido de que no. Los sectores de derecha se sentían representados por la imagen elaborada por (el presidente Sebastián) Piñera poco antes del levantamiento: en América Latina, Chile era "un oasis”. Y los sectores "progresistas” actuaban sin convicción, sin fuerza. Solo entre las fuerzas de izquierda, bastante fragmentadas, se agitaba con perseverancia el tema del abuso, de la desigualdad, de la injusticia social como base del sistema. 

¿Cómo se explica que la sociedad chilena haya tardado tanto en expresar su descontento, que llevaba años incubándose?

Pienso que la dictadura nos marcó a fuego con su acción terrorista y brutal. Por eso el triunfo de la Concertación en 1990 se expresó en el gobierno con timidez. Como he dicho otras veces, pisábamos sobre huevos. Pero así fue y de este modo los movimientos sociales que existieron durante los últimos años de la dictadura fueron requeridos para actuar con precaución o acallados por los propios partidos. La caída del muro de Berlín y el fracaso de la insurgencia armada en Chile hundieron a parte de la izquierda en una crisis que llevó algunos años superar.

Chile ahora entra en un proceso constituyente que ha hecho que muchas personas se esperancen con la posibilidad de un cambio profundo. ¿Tiene sustento esa esperanza?

El gran mérito de este proceso es que ha permitido que los chilenos discutan todo. Discutir una Constitución es debatir todo. Y eso no había ocurrido nunca en Chile, porque las constituciones siempre fueron dictadas por las cúpulas políticas. Pero, aunque todo se debate, no todo va a cambiar con una nueva Constitución. Cambiará aquello que sea posible según la relación de fuerzas en la Convención Constituyente. Y allí se abrirá un camino para cambios posteriores. En este sentido, sí, tengo la esperanza que usted señala. Soy optimista. Recorreremos un camino complicado pero cada paso servirá para sentar las bases de una sociedad más justa.

Arrate en su casa, en Santiago de Chile.
Arrate en su casa, en Santiago. de Chile. Imagen: Rodrigo Sepúlveda S.

Usted fue ministro de los presidentes Patricio Aylwin y Eduardo Frei. ¿Cree que, en el contexto de esos años, con Pinochet aún al frente del Ejército, era posible hacer más para reformar el modelo neoliberal? 

Hubo etapas en el tiempo democrático. La primera fue el gobierno de Aylwin, que debió atravesar lo que yo llamaría un "desfiladero político”, donde había que evitar un retroceso hacia una participación o intervención militar en el gobierno. Hubo dos intentos de levantamiento, no lo olvidemos. Terminado ese gobierno persistían las esperanzas de poder impulsar cambios más profundos, aunque la derecha seguía teniendo la llave parlamentaria: quórum alto para la mayoría de las leyes importantes, sistema electoral binominal que premiaba a la primera minoría y nueve senadores que habían sido designados por el propio Pinochet y que le daban mayoría en el Senado a la derecha. Ninguna ley fue aprobada en cerca de veinte años sin votos de la derecha. Para la Concertación era imposible hacerlo con sus propios votos.

¿Y cómo enfrentaron ese escenario?

Hubo inquietud en los partidos de gobierno y se expresó en los debates públicos y en su interior. Había quienes sosteníamos que era posible hacer más. Una de las claves debió ser ampliar el pacto de la Concertación a sectores de la izquierda que estaban excluidos del Congreso por el sistema electoral. Era justo y era conveniente para configurar una mayoría rompiendo la barrera del sistema binominal. Pero no se hizo. La Concertación fue adquiriendo un ritmo que significó la pérdida de la intención programática de modificar sustancialmente el modelo que, en el siglo XXI, se consolidó, paradojalmente, en los gobiernos del ala más progresista, los gobiernos de (Ricardo) Lagos y el primero de Michelle Bachelet. Se perdió vinculación con el mundo popular y con sus organizaciones y se esfumó una vocación transformadora que fuera capaz de tomar riesgos y no dejarse atrapar por el modelo vigente.

Usted ha sido socialista desde su juventud. Con la perspectiva de los años, con la ventaja que da saber lo que pasó, ¿qué cosas abordaría de otra manera hoy?

Bueno, es un ejercicio hipotético, con una ventaja ilícita… Después de la batalla todos somos generales, dicen. Hay cosas que en el quehacer más concreto haría de modo distinto. Pero entiendo que hablamos en un plano más general. A ese nivel pienso que debí ser menos benevolente con el curso de deterioro que sufrió la Concertación, cuando ejercí cargos dirigentes o de gobierno. Y quizá haber adoptado antes mi decisión de desafiliarme del Partido Socialista. 

(ers)