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"Hay que saber lo que ocurrió"

26 de enero de 2013

Su pasión por las letras y la lengua alemanas la ha acompañado desde siempre. Hoy está especializada en literatura y es una de las intelectuales más destacadas de Lituania. Fue testigo del mayor crimen del siglo XX.

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Imagen: DW/Isaiah Urken

Irena Veisaite tenía 13 años cuando descubrió las baladas de Schiller y leyó sus maravillosos pasajes sobre lealtad y amistad. “Sus palabras me reconfortaron en aquellos tiempos”, recuerda hoy. Le dieron la fuerza que necesitaba desesperadamente para sobrevivir en los años comprendidos entre 1941 y 1944. La pequeña Irena empezó a leer los versos clásicos en la escuela clandestina del gueto de Kaunas.

El tiempo detenido

Estamos sentados a la mesa tomando té en casa de Irena, rodeados de libros apilados, cuadros, fotos, recuerdos. Es una de las intelectuales más destacadas de Lituania. Además del lituano, su lengua materna, también habla (y lee) ruso, alemán e inglés, así como algo de polaco, francés y estón. Ama la poesía de Rainer Maria Rilke y las novelas y relatos de Thomas Mann, Franz Kafka y Hermann Hesse. También lee literatura histórica y política. El interior de su casa, solemne, rezuma historia. En esta tarde de finales de verano de 2012, el tema es precisamente el pasado. Cuando la erudita habla con voz calmada, parece que el tiempo se detiene: “Siempre pensé que tenía que sobrevivir para contar al mundo lo que había ocurrido”. Y empieza a relatarnos.

La fortuna de seguir con vida

La escuela del gueto de Kaunas no era una escuela como las demás. No había tiempo para asistir a clase regularmente, ya que los niños tenían que trabajar para ganarse el pan. Lo hacían fuera del gueto, más allá de las alambrabas, o bien dentro, donde las SS empezaron a instalar talleres en 1942. Solo los más pequeños estaban exentos de los trabajos forzados. Irena trabajaba en el aeropuerto de la ciudad hasta perder literalmente el conocimiento. Tras caer gravemente enferma, se le asignó un trabajo en un taller del gueto. Tenía entonces 13 años. “Fueron tiempos muy difíciles. Siempre tenía miedo de que me mataran y estaba terriblemente hambrienta. Constantemente había lo que llamaban ‘acciones’ y se producían detenciones y fusilamientos. Uno podía considerarse afortunado si aún seguía con vida al final del día”.

Una tumba en ningún lugar

Tras la entrada del ejército alemán y las SS en Lituania, en junio de 1941, Irena tuvo que trasladarse con su tía y sus abuelos al gueto de Kaunas. El padre vivía entonces separado de la familia en Europa Occidental y la madre fue encarcelada poco después de someterse a una difícil operación: “Solo pude visitarla una vez en el hospital y llevarle una vez comida a la prisión”, recuerda Irena. Como si fuera una especie de legado, su madre le pidió tres cosas en su última conversación. Debía ser independiente, vivir con la verdad y no vengarse nunca por razones personales: “Aún me acuerdo de sus palabras exactas, pero no llegué a comprender el sentido de las mismas hasta bastante más tarde”. Algunos días después, su madre desapareció. Fue deportada y asesinada en una de las antiguas fortificaciones que rodean la ciudad de Kaunas y que se convertirían en centros de ejecución de decenas de miles de judíos de toda Europa.

Jüdisches Leben Litauen
Aprender rodeados por la muerte: la escuela del gueto de Kaunas.Imagen: Litauisches Zentrales Staatsarchiv/Lietovos centrinis valstzbes archyvas

Huída del gueto

Amigos de sus padres localizaron a la chica en el gueto y organizaron su huída. Pronto viviría con papeles falsos en casa de una familia lituana de Vilna haciéndose pasar por una huérfana procedente del campo, una vida que le dio al menos una aparente seguridad. A pesar de hablar lituano con fluidez sin el típico acento judío, el peligro acechaba en cada esquina y una palabra inapropiada podía tener fatales consecuencias. Llegado el momento, hubo que buscar un nuevo hogar para Irena y la familia Ladigiene, con seis hijos, la acogió en su seno. “Stefania Ladigiene se convirtió en mi segunda madre. Me quedé allí hasta mucho después de que terminase la guerra. No tenía a nadie más. Ahora estoy registrada en el árbol genealógico y he sido reconocida como un miembro más de la familia”, cuenta Irena con entusiasmo y felicidad.

La segunda dictadura

El régimen de terror de los nazis terminó en verano de 1944 con la entrada de las tropas soviéticas en la ciudad. “Para mí, la llegada del Ejército Rojo fue como una liberación”, dice Irena hoy. De nuevo podía ir a la escuela, leer, aprender. No obstante, el sentimiento de libertad era ilusorio. Pronto, las sombras de una nueva ocupación se extendieron sobre el pequeño país, que se convirtió en una república soviética. Su madre adoptiva fue arrestada y deportada a Siberia, de donde volvería diez años más tarde aquejada de una grave enfermedad. Así comenzó la gran desilusión para los pocos judíos que habían sobrevivido al genocidio. Nadie se interesó por ellos, dice Irena Veisaite. Los sucesos fueron convertidos en tabú, silenciados, encubiertos. En la República Socialista Soviética de Lituania solo se hablaba de las víctimas soviéticas del fascismo. Pronto se despertaría un nuevo antisemitismo bajo el régimen de Stalin. Se empezó a perseguir a los judíos “cosmopolitas”, médicos e intelectuales: “Los soviéticos eran muy crueles. Diferentes a los nazis, pero no mejores”.

A pesar de los hostigamientos

A pesar de todo, Irena Veisaite fue a estudiar a Moscú. El servicio secreto soviético había intentado reclutarla como agente, ejerciendo presión sobre ella. Todo en vano: “Guardé la calma. Estaba segura que nunca me convertiría en informante para ellos. Hubiera estado dispuesta incluso a ser deportada a Siberia”. Tuvo suerte. La obligaron a guardar silencio en relación con el intento de reclutamiento y la dejaron que se marchase. En la Universidad de Moscú, la aplicada y talentosa estudiante obtenía las mejores notas hasta que se descubrió su pasado familiar. Como judía e hija de un “burgués” residente en el extranjero capitalista, se convirtió en sospechosa, le quitaron una beca Lermontov y sus notas empeoraron. No obstante, Irena consiguió abrirse camino, se doctoró y, a pesar de todos los obstáculos, consiguió volver a Vilna y entrar en la universidad de la ciudad, donde finalmente enseñaría literatura e historia del teatro durante muchos años.

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Libros, fotos, recuerdos: el despacho de Irena Veisaite.Imagen: DW/Isaiah Urken

Dar testimonio

Cuando Lituania se independizó en 1990, Irena tenía 62 años. Había sobrevivido a dos dictaduras y se había convertido en testigo de excepción de una parte importante de la historia del siglo XX. No obstante, tuvo que pasar mucho tiempo hasta que pudiese por fin hablar de su historia y de la de muchos otros judíos perseguidos. Sin embargo, le duele que aún hoy se le reste importancia, que haya conflictos entre los dos pasados de su país natal, que la colaboración de una parte de sus compatriotas lituanos con los nazis siga siendo un tema delicado, que el sufrimiento de los judíos encuentre tan poco reconocimiento social a pesar de todos los esfuerzos del gobierno, los historiadores y los museos.

Irena ha aprendido que las recriminaciones y los rencores no tienen ningún sentido, pero insiste en que “hay que saber lo que ocurrió”. Hay que saber, para que no vuelvan a cometerse errores y crímenes, saber dónde acecha el peligro, saber lo frágil que pueden ser la moral, la cultura y la humanidad en determinadas circunstancias. Para Irena Veisaite, la forma en que Alemania ha abordado su pasado nacionalsocialista es ejemplar: “No se intenta buscar una justificación. Se reconoce todo. Se destinan aún fondos a aquellos que han sufrido y lo han perdido todo. Esto lo respeto mucho”.

Autora: Cornelia Rabitz
Editora: Claudia Herrera