Camioneros esperan horas ante la frontera de EE.UU.
6 de abril de 2019"¿Me cubres un momento?”, escribe Guillermo Vilchis a un colega por Whatsapp. Este conductor de tráiler lleva unas siete horas de espera en el paso comercial de Otay para ingresar a Estados Unidos. Todavía le quedan dos horas más y necesita ir al baño, pero no hay nada en los 15 kilómetros de fila en ese interminable acceso. "Tenemos que pedir a un compañero de la empresa que venga a cubrirnos para poder hacer nuestras necesidades”, asegura el hombre de 57 años.
Por eso, explica, apenas ha dado unos bocados a los huevos revueltos de su lonchera y se ha dejado un par de sándwiches para más tarde. "No podemos ni comer, porque si luego nos dan ganas de ir al baño, no hay forma”, se queja. Ya no le queda agua y apenas hay un puesto de venta improvisado en una de las viviendas colindantes, que sirve algunos refrigerios y tacos por una valla.
Considerable merma de ingresos
El cierre de dos de los diez carriles en la garita de Otay, cerca de Tijuana, por parte de Estados Unidos, ha provocado un congestionamiento sin precedentes entre los más de tres mil camiones que a diario cruzan hacia San Diego. La medida fue adoptada por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de Estados Unidos para reforzar la frontera. El resultado es el retrado de la exportación de mercancía de México a Estados Unidos desde la ciudad de Tijuana y largas horas de espera para los camioneros.
"Ni con el 11-S ni después de días festivos ni cuando se cae el sistema informático, se veía algo así. Normalmente pasamos en una hora, lo más exagerado era esperar tres”, afirma Guillermo, quien lleva más de dos décadas realizando ese trayecto de ida y vuelta dos o tres veces al día. Desde el cierre parcial del martes (2.04.2019), solo alcanza a completar un viaje. Eso ha reducido a la mitad sus comisiones: "Antes cobraba unos 100 dólares al día por todos los pasos, ahora solo 50”. De momento, ese mordisco a su bolsillo no ha afectado la economía familiar, porque sus tres hijos ya trabajan.
Pero sí ha dejado huella en su salud. "Ya me siento un dolor de espalda fuerte, me duele la cabeza del calor, aquí con los motores es un horno”, lamenta, y se alegra de que al menos hoy esté nublado. Ayer salió a las ocho de la mañana y regresó a las siete de la noche. Luego tuvo que manejar otra hora en coche para llegar hasta su casa. Antes llegaba a San Diego a media mañana y "podía descansar un rato, ahora no da tiempo de nada”.
Tediosa espera
El tiempo pasa con infinita lentitud entre las llantas y humos de estos miles de camiones. Guillermo siempre ve el mismo delante de su cabina. "Ya me aprendo de memoria la matrícula y todos los números de serie. A ratos veo Netflix, pero así me va salir más caro el internet del celular que lo que cobro”, sonríe. Las distracciones son mínimas. "No podemos llevar mucha cosa, porque los CBP ("Customs and Border Protection”, los agentes aduaneros estadounidense) te lo miran todo. Incluso si llevas música pirata te pueden agarrar”, añade.
Algunos leen el periódico varias veces. Otros forman corrillos para conversar. Bastantes duermen y la mayoría chatea con otros compañeros en diferentes puntos de la kilométrica fila para reportar las novedades, rumores o compartirse algunas fotos. Cualquier anécdota se vuelve un motivo de entretenimiento, como el camión que se ha averiado adonde acuden varios conductores para asistir a su reparación.
Los controles se extreman
Cada tanto Guillermo prende la radio y modula el volumen cuando aprietan los nervios. Las rancheras lo evaden del martirio en que se ha vuelto su apacible rutina. "Esto es un castigo de los gringos a los mexicanos por dejar entrar tanto ilegal. México no hace nada y entonces el güero (Donald Trump) se pone al brinco (se enfada)”, suelta en un arrebato. Uno de los agentes aduaneros mexicanos que patrullan ‘la línea', como se conoce ese paso fronterizo, asegura a DW que por esa valla saltan a diario unos cincuenta migrantes centroamericanos.
Muestra un video de uno de esos saltos: una decena de jóvenes con una escalera de cuerdas que pasa al otro lado en apenas veinte segundos. "Es muy difícil atraparlos o verlos, se esconden muy bien. Ahora pensé que vosotros erais pollos (migrantes que cruzan ilegalmente) y ya iba a correr”, reconoce. Le resulta extraño ver peatones en esa zona. Esta última semana las autoridades mexicanas también han extremado los controles de acceso. "Ya no dejan pasar vendedores ambulantes. Antes hacían la vista gorda y entraban con motos”, apunta el camionero. En cuatro horas apenas ha transitado un vendedor con un carrito de helados.
Fumando espera
Su empresa de logística, Malcom Internacional, transporta todo tipo de productos. En este trayecto, Guillermo lleva cajas, papel... no lo sabe a ciencia cierta, porque él no se dedica a cargarlo ni tiene la llave del candado para abrirlo. "Lo bueno de esto es que no tienes a tu jefe enganchado y hay poca responsabilidad. Hay otras zonas del país muy peligrosas. Pero nadie me avisó de esto”, vuelve a lamentarse.
"Ya me han dado ganas de fumar”, exclama al tratar temas que le incomodan. Agarra sus Sheriff, marca estadounidense, uno de los gustos que se da al llegar a San Diego. De ahí que algunos de sus colegas lo apodasen ‘El Sheriff'. Se resiste a fumarse otro porque, de lo contrario, ya se habría terminado la cajetilla en el primer kilómetro del acceso. "Si fuese sheriff ya habría resuelto los pedos (problemas) de estos pendejos”, se jacta. El húmedo sol californiano vuelve a asomar y rebota con furia en el metal de los miles de tráiler que aguardan en la desesperante fila.
Autor: Aitor Sáez desde Tijuana, México (ms)
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