Corría el año 1971 y la deriva autoritaria de la Revolución cubana resultaba cada vez más evidente. En un salón de La Habana, el poeta Heberto Padilla desplegaba una furibunda autocrítica, tras varias semanas preso, que terminaba por clavetear el ataúd de un proceso político que desde enero de 1959 había gozado de un amplio apoyo de la intelectualidad internacional. Con su hiperbólico mea culpa, el escritor abría las puertas del Quinquenio Gris, una era de censura, purgas y cacería de brujas en la cultura de la Isla que extiende sus tentáculos hasta el día de hoy.
Este febrero, ha comenzado a circular en las redes informales cubanas el documental "El caso Padilla", del director Pavel Giroud que muestra, por primera vez en más de 50 años, las imágenes de aquella reunión en la sede habanera de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. El material había pasado todo este tiempo custodiado por la policía política, pero "manos amigas" lo hicieron llegar al cineasta que con su publicación ha azuzado el debate sobre la alocución de Padilla, la actitud de los otros intelectuales allí reunidos y el lamentable papel de los funcionarios culturales.
Durante largos minutos, el autor de "Fuera del juego" enumera sus errores y señala a otros escritores que comparten sus supuestas desviaciones ideológicas. Pero mientras dice una cosa con la palabra, su cuerpo expresa lo contrario a través del sudor. La ropa se va llenando de manchas de humedad en la medida en que Padilla más se retracta de su poesía crítica, de su contacto con periodistas extranjeros y de sus versos cargados de escepticismo. El cuello de la camisa, los hombros, parte del pecho y de la espalda terminan mojados de miedo, de puro terror.
Giroud intercala las filmaciones de aquella jornada con testimonios y opiniones que sirven de contexto al espectador para comprender las implicaciones del caso Padilla dentro y fuera de Cuba. El material completo, sin cortes ni añadidos, también ha sido publicado este mes en las redes sociales y ha generado un gran debate que contrasta con el significativo mutismo que ha hecho el oficialismo cubano ante esta revelación. Ni siquiera los voceros más recalcitrantes del régimen de La Habana han salido a comentar las palabras de un hombre al que se le ve frente al micrófono interpretando un papel que recuerda a los condenados en los juicios estalinistas.
Por momentos, Padilla parece estar imitando, incluso, la manera de hablar de Fidel Castro, sus giros de oratoria y sus ademanes. Pero el sudor traiciona al poeta. La impresión que queda es la de un hombre al que han destrozado hasta el punto de negarse a sí mismo, al que la Seguridad del Estado ha impuesto un rígido guion que debe seguir en su autoinculpación. Vemos cómo se le empapa la vestimenta y entonces podemos imaginar los largos interrogatorios y las amenazas que vivió durante su detención, el pavor de saber lo que le espera si no hace aquel acto de arrepentimiento público. Vemos al ser humano absolutamente indefenso frente a un poder totalitario, al escritor al que ni siquiera su visibilidad internacional puede protegerlo.
(cp)