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De Joseph Ratzinger a Benedicto XVI

Emilia Rojas19 de abril de 2005

El cardenal Joseph Ratzinger, hasta hace poco Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, se convierte en el primer alemán en asumir como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica desde hace 482 años.

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El flamante Papa saluda a los fieles en la plaza de San Pedro.Imagen: AP

Su nombre se barajaba con insistencia entre los favoritos para suceder a Juan Pablo II. Sin embargo, ni su propio hermano creía que Joseph Ratzinger sería elegido Papa. En primer lugar debido a su edad -78 años recién cumplidos- y, en segundo, porque después de un Papa de origen polaco parecía poco probable que el Pontificado recayera sobre un alemán. Pero, evidentemente, primaron otras consideraciones.

Rigor doctrinario

Nadie está en condiciones de aventurar qué es lo que se discutió, a puerta cerrada, entre los cardenales reunidos en el Vaticano. Sin embargo, está claro que la sólida mayoría conservadora imperante en el colegio cardenalicio se impuso con una rapidez inusual en la historia reciente de la Iglesia Católica. La influencia del cardenal Ratzinger se había hecho extremadamente manifiesta desde la muerte de Juan Pablo II. Fue él quien presidió la misa funeraria, donde ya proyectó una imagen virtualmente papal. Y fue él quien ofició la liturgia con que se inauguró el cónclave, donde trazó las directrices conceptuales que de seguro marcaron la votación.

El "relativismo" fue el blanco en que se centraron las criticas de Ratzinger quien, durante dicha homilía, lamentó con vehemencia la actual inclinación a medirlo todo con la vara individual. Igualmente reprochó la tendencia a descalificar a quienes se ciñen estrictamente a sus creencias, tildándolos de "fundamentalistas". De tales palabras cabe deducir que Benedicto XVI enfatizará en su Pontificado precisamente la rigurosidad en la interpretación de la doctrina católica.

El mensaje del cónclave

No son buenas noticias, desde luego, para quienes esperaban el inicio de una época de reformas y apertura. Los sectores progresistas de la Iglesia alemana se sienten defraudados, considerando que la figura de Ratzinger es sinónimo de conservadurismo. La forma en que actuó desde la jefatura de la Congregación para la Doctrina de la Fe le valió incluso la fama de un moderno inquisidor. Y también los católicos latinoamericanos recuerdan su papel en la política vaticana de poner coto a la Teología de la Liberación.

No obstante, sabido es que el cargo también imprime su sello en la persona que lo detenta. En consecuencia, la actitud que asuma Benedicto XVI quizá no sea plenamente equiparable a la del Joseph Ratzinger que conocíamos. Aun así, el mensaje de este cónclave es nítido: la Iglesia Católica se repliega a sus fundamentos doctrinarios en los inicios del tercer milenio, cuando la religión vuelve a recuperar un papel protagónico en el escenario internacional y el desafío principal se plantea en la relación entre la cultura cristiano-occidental y el mundo islámico.