Activistas climáticos atacan obras de arte: arrojan sopa de tomate sobre una obra maestra de Van Gogh, puré de papas sobre otra de Monet. El plan funciona: la atención que suscitan es enorme, al igual que la indignación. ¿Hasta dónde puede llegar la desobediencia civil? ¿Qué medios son apropiados? Y, sobre todo, ¿qué tiene que ver el arte con todo esto?
Museos y artistas de todo el mundo buscan la respuesta adecuada ante estos ataques. Mientras la Kunsthalle de Hamburgo se solidariza con los activistas del clima, el Museo Barberini de Potsdam se pregunta consternado si no debería protestarse con el arte, y no contra él.
Este tipo de acciones radicales no es nuevo: ya a principios del siglo XX, las activistas inglesas por los derechos de la mujer, las llamadas sufragistas, destruyeron obras de arte. ¿Por qué son a menudo las mujeres quienes luchan en primera fila por sus valores, como es el caso también de las activistas de la banda punk rusa Pussy Riot, que ni siquiera se amilanan ante el presidente Putin?