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Biden saca a Putin del aislamiento internacional

Konstantin Eggert
17 de junio de 2021

Joe Biden necesita superar la mentalidad de la Guerra Fría para hacer frente a una Rusia muy diferente a la antigua Unión Soviética, opina Konstantin Eggert.

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Vladimir Putin se despide de la cumbre con Joe Biden en Ginebra.
Para Putin y su círculo cercano, la mayor preocupación es la supervivencia de su régimen, opina Konstantin Eggert.Imagen: Denis Balibouse/REUTERS/AP/picture alliance

Vladimir Putin rezumaba satisfacción cuando apareció ante la prensa, luego de una reunión de 3 horas y media con Joe Biden en Ginebra. Y tenía una buena razón: en esa cumbre, el presidente de Estados Unidos había sacado por mano propia al hombre fuerte ruso del aislamiento internacional y había dado luz verde a otros líderes occidentales, incluidos la canciller alemana y el presidente francés, para que también lo hicieran con más frecuencia, si así lo deseaban.

La ciberseguridad, clave para Biden

La conferencia de prensa de Putin fue, en su mayor parte, el juego usual al estilo soviético de desacreditar al oponente con falacias, incluida la comparación de la legislación antimedios y antionegés del Kremlin con la legislación estadounidense de "agentes extranjeros", que, en contraste, está principalmente dirigida a los cabilderos.

Si hablamos de la sustancia de las conversaciones, Putin incluso pareció complacido acerca de que las planeadas discusiones en torno a la estabilidad estratégica se hayan centrado en un amplio rango de temas, y no solo en el tratado New START, que, de todos modos, debe renegociarse.

Parecería que la ciberseguridad es un asunto prioritario para los estadounidenses. El presidente ruso debe haber sabido eso, y también que no le iba a resultar demasiado difícil acceder a las demandas de Estados Unidos, al menos en lo que respecta a los equipos de ciberseguridad de los servicios secretos rusos. Asimismo, Putin debe haber quedado satisfecho con el hecho de que el tema de Ucrania, uno de los que afecta particularmente su imagen y su prestigio interno, no haya aparecidoen forma destacada en las conversaciones en Ginebra.

Dejar atrás la mentalidad de la Guerra Fría

Como es a menudo el caso en este tipo de cumbres, Biden y Putin intercambiaron algunos obsequios bien preparados. El embajador de Rusia, Anatoly Antonov, y el de Estados Unidos, John J. Sullivan, regresarán a sus respectivos puestos en Washington y Moscú. Putin incluso insinuó un posible intercambio de dos ciudadanos estadounidenses encarcelados en Rusia por ciudadanos rusos en prisión en EE. UU.

Konstantin Eggert, especialista en política rusa de DW.
Konstantin Eggert, especialista en política rusa de DW.

Era de suponer que Biden llegaba a este encuentro muy bien informado, y listo para confrontarse con Putin, de ser necesario. Como político de carrera, Biden cuenta con una vasta experiencia. Su primera visita a la Unión Soviética fue en 1979, siendo un joven senador.

Pero tal vez haya cometido un error de concepto al juzgar a Putin con criterios relativos a la Guerra Fría, como pudo haberlo hecho con los exlíderes soviéticos Leonid Brezhnev o Mijaíl Gorbachov. La Rusia moderna no solo es más débil que la antigua URSS en casi todos los aspectos  -militar, económica y demográficamente- sino que también la naturaleza de su liderazgo es hoy radicalmente diferente. El politburó soviético actuaba respecto de lo que suponía ser de interés nacional, y no estaba muy preocupado por perder poder o propiedades.

No funcionará la retórica de beneficios mutuos

Para Putin y su círculo cercano, la mayor preocupación es la supervivencia de su régimen. En el juego político tienen barajas más débiles que las que tenían los antiguos comunistas. Y, al contrario de estos, sucede que la clase dominante rusa tiene en su haber los activos más valiosos de Rusia: el petróleo, el gas y otros bienes, a través de las corporaciones estatales que maneja. En circunstancias tales, el interés nacional queda relegado, dando paso a los intereses personales. Y en la Rusia Moderna el primero se ha vuelto hace tiempo una manera de camuflar estos últimos.

Eso hace que sea impredecible qué instrumento elegirá el Kremlin  para tratar con el mundo exterior, especialmente con Occidente, al que Putin cree empeñado en un cambio de régimen en Moscú. Para poder tratar con Putin con, al menos, una cantidad mínima de confianza, Occidente debe darle las garantías que viene buscando desde hace mucho tiempo. Estas consisten en dejarlo hacer lo que quiera en política interna, y dejar a los países de la era post soviética bajo su tutelaje no oficial, especialmente en lo referente a asuntos como la membresía en la OTAN. Y eso es algo que ningún político occidental está dispuesto a garantizar. Sin embargo, tampoco están preparados a confrontarse con fuerza con el Kremlin.

Pero en el universo de Putin, la fuerza genera respeto. Para el liderazgo ruso, las súplicas al estilo de la Guerra Fría sobre intereses comunes y beneficios mutuos son vistas como una trampa, o una señal de debilidad. Una trampa que hay que desenmascarar, y una debilidad que hay que aprovechar.

Al respecto, Ucrania sigue siendo el campo de batalla político donde el Kremlin pondrá a prueba la nueva política de Estados Unidos hacia Rusia.

(cp/ers)