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Opinión: Alemania cambia, todo cambia

Volker Wagener12 de septiembre de 2016

¿Quién tiene miedo? Al parecer muchos. Angela Merkel lo sabe y aseguró que el país sigue siendo lo que es ¿Y qué es? Un país que siempre cambia, dice Volker Wagener.

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Imagen: Getty Images/AFP/T. Schwarz

Hay frases tranquilizadoras. “Todo estará bien” es una de ellas. Sugiere confianza, así como así, sin dar razones. “Alemania seguirá siendo Alemania” también es una frase tranquilizadora. En todo caso es ansiolítica y relajadora. ¿Y no fue así, no nos sentimos acariciados cuando la canciller pronunció esa sencilla frase en el Parlamento? El mensaje es: este país no va a cambiar a tal punto que nos sintamos extranjeros. Casi da lo mismo cuántos refugiados más lleguen a Alemania.

Sí, Alemania está cambiando. Eso es lo que ocurre. Y este cambio asusta a muchos. ¿Pero acaso este país no está siempre cambiando? ¡Y de qué manera! La última vez fue en 1989, cuando las dos Alemanias se unieron en una única gran Alemania. Entonces alzaron la voz personas como el izquierdista Oskar Lafontaine o Günter Grass, quienes se sumaron a los aguafiestas. Ellos preferían dejarlo todo como estaba: separados.

Siempre llegan extranjeros a Alemania

Y cómo cambió Alemania occidental en los años 1960/70, cuando llegaron miles de trabajadores extranjeros. Los llamábamos de rodillas, a los italianos, portugueses y sobre todo a los (musulmanes) turcos y kurdos, para que trabajaran en todas partes, porque no había más alemanes. Entonces todo era temporal, por eso se hablaba de "invitados". Ni hablar de quedarse. Pero se quedaron. ¿Y? ¿Se arruinó la República?

Para qué hablar de los cientos de miles de polacos que en el siglo XIX abandonaron Europa del este para trabajar en el carbón en Gelsenkirchen o en Herne. También fue un cambio histórico dentro de la sociedad alemana, al menos en la zona del Ruhr, que cambió completamente, para su propio bien.

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Volker Wagener.

Y luego los latentes cambios sociales sobre los que nadie habla, porque no dependen de decisiones políticas. Un ejemplo conocido, ¿cómo ha cambiado la estructura comercial de los países y de los pequeños Estados gracias a Internet? ¿Dónde hay negocios en las aldeas? La vida en el campo hoy es quizás una vida de la antigüedad. En lugar de eso encontramos cada dos pueblos un club swinger o un sauna sin que a nadie le moleste. Las iglesias lucharon contra esto durante 50 años y hoy sólo una minoría las visita, a pesar de la obstinada palabrería del Occidente cristiano.

Por lo tanto, el cambio es la regla. Pese a ello, la transformación parece causar un enorme temor en nuestro tiempo. No lo experimentamos en el escenario de los asuntos de Estado ni en el de la política central, sino en nuestros lugares de trabajo. Para parte de la “generación promedio” que va de los 40 a los 55 años de edad es el tiempo de continua optimización en la oficina y en la producción, lo que les resulta preocupante. Esto no sólo se traduce en un mal estado de ánimo, sino que enferma.

El hilo conductor de nuestras vidas

La permanente reinvención es hace mucho el hilo conductor de nuestras vidas. Para cada persona, para cada empresa, para cada municipio, para las iglesias cristianas y el Estado. La llegada de refugiados azuza ahora ese miedo fundamental de manera difusa. El sentirnos extranjeros en nuestro propio país tiene poco que ver con los recién llegados. Ese malestar es más antiguo y se concentra ahora porque una parte de nuestra sociedad cree que hemos encontrado una imagen de enemigo.

Esta es la instantánea. De hecho, lo que ha cambiado desde el verano de 2015 en Alemania plantea una tarea generacional, no para un período legislativo. Si cuando Angela Merkel afirma que “Alemania seguirá siendo Alemania” quiere decir que los alemanes siempre han experimentado cambios y los han superado, hay que darle la razón: el país sigue siendo dinámico, pues el inmovilismo es (por lo general) perjudicial.