Diccionario de los clásicos de la Bundesliga
30 de octubre de 2016El fútbol es el deporte más popular del planeta. Su poder secreto, que hipnotiza a millones de aficionados generando las mayores cuotas de rating entre los espectáculos de esta índole, radica justo en la simplicidad de sus reglas. Bastan una pelota, dos porterías y suficientes participantes para formar dos equipos. El que anote un gol más que su oponente gana. Su sencillez hace a este juego no solo fácil de practicar, sino también de entender.
No obstante, paradójicamente esa simplicidad lo vuelve complejo, porque posibilita la creación de nuevas reglas, construidas por actores que no participan directamente en los encuentros. Los seguidores de una escuadra se apegan a determinados colores porque representan en mayor o menor medida valores que se asumen como propios: el apego a un barrio o ciudad, la identificación con un estatus socioeconómico y hasta con una inclinación política.
De pronto, son los jugadores aquellos elementos externos e intercambiables, quienes pasan a ser actores secundarios de una puesta en escena que va más allá de lo que sucede en la cancha, obligados a seguir un guión que no está escrito en el librito de reglamento que lleva en el bolsillo el árbitro, sino que se ha construido a lo largo del tiempo en el imaginario de una y otra hinchada. Ganar significa una victoria de una ciudad contra otra, del rico contra el pobre, de la derecha contra la izquierda, aunque ninguno de los veintidós futbolistas sobre el césped tengan que ver necesariamente con alguna de estas banderas.
Existen partidos que no se pueden perder, da igual que el equipo de tus amores esté al borde del descenso o por alzar un trofeo. Los derbis son uno de los elementos que mayor sabor le dan al fútbol y se construyen con una lógica solo propia de este universo.
Caín y Abel
Temporada 2015-2016, fecha 29, el termómetro marca 16,3 grados en Gelsenkirchen, las manecillas del reloj apuntan las 15:30 horas, en el calendario está señalado el encuentro Schalke contra Dortmund, en la Veltins Arena suena el silbatazo inicial, la adrenalina sube… en la cancha y en la grada.
Los azul Prusia y los aurinegros encarnan uno de los odios más profundos del fútbol germano. El origen de la animadversión entre ambas aficiones radica fundamentalmente en su cercanía: Gelsenkirchen y Dortmund se encuentran a escasa media hora manejando.
Pero además de la geografía, la historia ha jugado su papel a la hora de construir este odio. Schalke fue amo y señor de Renania del Norte Westfalia hasta que después de la Segunda Guerra Mundial sus vecinos del cercano, muy cercano oriente, comenzaron paulatinamente a superarlos en éxitos deportivos y número de seguidores. Así que a pesar de tener más en común que diferencias, ya que a ambos se les consideraba como equipos de la clase trabajadora gracias al pasado minero de las dos ciudades, la lucha por erigirse como el más fuerte de la región dio origen al "derbi del Ruhr”.
Té para tres, no
Una lucha en la que participan Leverkusen, Colonia y Moenchengladbach, pero de la que solo Schalke y Dortmund son protagonistas. En el estado federado con más equipos en la Bundesliga nadie quiere a los demás. Ser de la misma ciudad o de la misma región es uno de los elementos más básicos para construir una rivalidad. Pero para que un simple antagonismo cobre la dimensión de derbi se necesita algo más.
El Bayer 04 juega en una pequeña localidad que pertenece administrativamente a Colonia. Pero, a diferencia de Schalke y Dortmund, no podían ser más diferentes. El "equipo de las aspirinas” es vistos como un equipo rico de la ciudad pequeña, mientras que la "escuadra de la chiva” se entiende como el club modesto de la ciudad grande.
Pero ni Leverkusen ni Colonia despiertan el interés que genera "la madre de todos los derbis”, ni cuando juegan entre ellos, ni cuando juegan ante sus hermanos mayores, en lo que respecta a popularidad.
Gladbach había fraguado su propio clásico en los años setenta. Aquel equipo que se ganó el mote de "los potros”, por su juego veloz y bravío, le peleó por algunos años la supremacía de la Bundesliga al Bayern. Pero su aliento se fue agotando y ahora compiten solo con Leverkusen por ver quien tiene mayor antagonismo con Colonia.
De la vista nace el amor… y el odio
Roma no se construyó en un día y las leyendas del balompié tampoco. Como una pareja que va a terapia marital, la relación entre Gelsenkirchen y Dortmund está llena de desencuentros y acusaciones sobre quién es el bueno y quién el malo de la película.
Uno de los episodios más memorables data de la temporada 2006-2007 en la que en la penúltima jornada del campeonato, los aurinegros, sin posibilidades al título, derrotaron a Schalke, abriéndole el camino a Stuttgart para que les arrebatara el campeonato.
Para ponerle sal a la herida, un grupo de aficionados de Dortmund rentó una avioneta que surcó el cielo sobre el estadio de los azul Prusia durante el siguiente y último compromiso de liga, con una pancarta que se burlaba del trofeo que se les había escapado gracias a ellos.
Entre más te conozco… más te odio
Faltando siete jornadas para que concluyera el campeonato pasado, el Dortmund había sumado sesenta y siete unidades, que le aseguraban prácticamente el segundo lugar de la clasificación general. El Schalke por su parte, apenas acumulaba cuarenta y cuatro puntos y desde su séptima posición le era imposible alcanzar a su eterno rival.
Su campaña había sido calificada como desastrosa y su entrenador André Breitenreiter estaba en la cuerda floja, criticado por haber comprometido la clasificación a la Liga de Campeones para la siguiente temporada, pero sobre todo, por no haber podido con el mal endémico que aqueja los últimos años al Schalke: tener un equipo lleno de estrellas que no pelea por los primeros puestos de la Bundesliga.
Marcador final: dos a dos. Ganador: Schalke. Carboneros y acereros protagonizaron un encuentro trepidante, calificado como uno de los mejores de esa campaña. Los azules remontaros dos veces el marcador, alcanzando un empate que les supo a victoria, porque en el papel no partían como favoritos, pero además, porque jugaron con más hambre. Mientras que Breitenreiter se llevó más de un punto: ganó aire para seguir como director técnico.
Las ganas de ganar no se premian con puntos. Esa tarde, el Schalke le metió una fatal zancadilla al Dortmund, que veía como una diferencia de cinco unidades respecto al Bayern se volvía cada vez más inalcanzable. Esa tarde, el Schalke siguió como séptimo, pero igualaba en unidades al quinto y al sexto. Pero sobre todo y más importante, dejó la sensación de que aun sumido en su crisis, puede jugar mejor que el Dortmund.
Los azul Prusia terminaron muy atrás de los aurinegros al final del torneo. Aun así, las reglas del juego, de ese juego que tiene lugar en la tribuna, en el bar del barrio, el lunes por la mañana en la escuela o en el trabajo premian con un regalo que vale más que el oro: el honor… de poder humillar al rival.
La ropa sucia se lava en casa
Este tipo de episodios repartidos en los anales del balompié teutón han hecho de esta riña casera un asunto de interés nacional. Los agarrones por la superioridad en la comarca, además de prometer emociones, tenían mucho que ver con la lucha por ver quien es el mejor del país.
El HSV y el San Pauli, ambos de Hamburgo, también tienen su derbi, el más político de todos. Friburgo y Hoffenheim luchan por ser el fuerte de su región, etcétera, etcétera… Pero ninguno llega a despertar interés más allá de los directamente involucrados, como podía llegar a hacerlo el derbi de la Cuenca del Ruhr, ya que en más de una ocasión estos encuentros definían al campeón y no existe una clara jettatura por parte de ningún bando, con un balance de treinta y dos victorias para el BVB, por treinta del Schalke.
El clásico nacional
Pero la edición número ochenta y nueve no atrajo, sin embargo, los reflectores de antaño. Dortmund tuvo un comienzo flojo y contrario a la tónica de los últimos tiempos, no se planta como el perseguidor más cercano del Bayern. Schalke, por su parte, lleva lo que va de esta década sin ser candidato al título y este torneo ha estado más cerca de los puestos de descenso que de la posición que su presupuesto presupone.
El cero a cero más reciente confirmó que ninguno se encuentra en su mejor momento, más que por la falta de goles, por la falta de espectáculo durante noventa minutos de mucha lucha, pero poco fútbol.
Este derbi no lleva la etiqueta de clásico, cediendo su lugar a la disputa entre el Dortmund y el Bayern, los dos mejores equipos de esta década, que tampoco han fraguado una tónica como la que marca los encuentros entre el Real Madrid y el Barcelona, porque como los buenos vinos, para destilar un clásico nacional se necesita añejamiento.
Él fútbol alemán es, de cualquier forma, muy diferente al español. No existe esa sed por un partido que acaparé la atención del país entero, porque la afición germana es una de las más apegadas a su propia ciudad o estado, aun cunado su escuadra juegue en segunda división. Como rivalidad regional, Schalke y Dortmund no tienen competidores. Pero la historia no solo se escribe… también se puede olvidar, porque el fútbol al fin y al cabo es muy sencillo: gana el que mete los goles.
Autor: Israel Dehesa